Sábado Santo también en Lanzarote. En esta isla hay poca sensación de Semana Santa. No he visto procesiones y pocas iglesias tienen sus puertas abiertas para los fieles. Sin embargo, esta tarde, frente a una puesta de sol algo pálida por la calima que inunda la isla, mis pensamientos van a la Resurrección de Cristo y a mi madre a falta de pocos días para que se cumpla el aniversario de su adiós a nuestras vidas.
Son tiempos de Pascua, de primavera y de rituales variados. Me acuerdo, con cierta sensación de alegría, de que cuando era niño y había poco dinero en casa para grandes compras y lujos, la Pascua era un momento importante de fiesta y para estrenar algo de ropa nueva. Un pantalón, una camisa, una chaqueta de colores. Un tesoro para enseñar a amigos y parientes como si fuera lo más valioso del mundo. Y la verdad es que para mí lo era.
Los que me conocen bien saben que hoy no soy ciertamente lo que se dice un creyente al uso, más bien lo contrario, hace ya muchos años que dejé de creer en la liturgia católica y en la religión de casi todos mis amigos. Tenía doce años cuando dejé de repente de sentirme invadido por la fe. De monaguillo, vestido de inmaculado blanco al lado de mi párroco Don Rosario, dejé de lado la Iglesia con una huida disfrazada de miedo a lo desconocido, el que quería enseñarnos, con manos muy largas, el heredero de su parroquia.
A pesar de todo, la Semana Santa siempre ha sido un momento especial para mí, momento en el cual disfruto como nadie de procesiones y de unos rituales que me invaden de su tristeza pero a la vez de una gran pasión y respeto para todos los que realmente creen y tienen fe. Al mismo tiempo cada año alucino por lo ortodoxa que es la fe de muchas personas que conozco y que se pasan la vida dando lecciones de altruismo, generosidad y religión, cuando en realidad lo único que esperan es una semana para irse de vacaciones a descansar o a pasárselo bien. Derecho tienen, claro está, como todos. Pero eso sí, que no nos den clases de generosidad y de fe religiosa, porque esta semana lo que realmente importa y hay que celebrar es la pasión de Cristo y su Resurrección.
Una pasión que este año, como casi siempre, parece ser un espejo horrible de guerras infinitas, de pobreza interminable y de un mundo que sigue dividido en dos bandos: ricos y pobres. Ya lo decía Saramago, que para fabricar un rico hay que esclavizar a miles de pobres, y esto no parece cambiar. Como parte del ritual de la vida, el mundo sigue igual, sin fiestas o vía crucis que puedan cambiar sus pasos.
Desde quien sabe donde, el alma de mi madre me estará mirando. Como siempre con una sonrisa contagiosa incrustada en su rostro sereno, el de toda la vida y estará cantando en voz alta iluminando el cielo y llenando todo de su corazón. Ojalá pueda desde ahí disfrazar las bombas de flores y corazones, llenar de comida los tanques alineados para atacar quien huye, descargar su tsunami de optimismo y generosidad contra todos los cabrones corruptos que prefieren enriquecer su tripas y sus cuentas bancarias que servir a sus pueblos. Sé que es una utopía infantil y algo estúpida la mía, pero ¿que sería la vida sin algo de esperanza y de sueño?
Ya sé que muchos estarán pensando que tienen que ver estas bobadas con la reciente pasión de Cristo y la inminente Pascua de la resurrección. Si que tiene que ver para mí. Creyentes o no, para mí más que nunca es necesario que todos volvamos de forma acelerada a las raíces de nuestros valores, de nuestra espiritualidad, del niño que fuimos y hemos perdido por el camino. Es tiempo de volver a abrirnos al mundo y a los demás de forma desinteresada y solidaria, recuperando el alma y el esencia de esta vida que pasa rápida, seas cabrón o la mejor persona del mundo.
Desde el cielo que caigan corazones y flores.