Poco a poco, todos volvemos de las vacaciones y a nuestra rutina de trabajo, de ‘normalidad’. Una rutina en la cual nos olvidamos de dar la justa importancia a lo que de verdad importa. Hoy quiero llamar vuestra atención a la importancia que tienen, para alcanzar la felicidad, las ‘acciones mínimas’. Reducir el esfuerzo, la fatiga, el trabajo y dar importancia a las ‘acciones mínimas’ es esencial para alcanzar la felicidad.
Para que pueda explicar bien qué son las ‘acciones mínimas’, os contaré una de las muchas anécdotas que vivo en mi día a día de trabajo: era una tarde cualquiera, de un día cualquiera, cuando, por la puerta de mi despacho, entró Ángel. No le conocía, pero en pocos minutos me refirió su historia. Tenía frente a mí a un empresario de éxito, guapo y rico. El retrato ideal, a todo color, de quien tiene todo lo necesario en la vida, supuestamente, para ser feliz. Obviamente, algo fallaba en su, en teoría, idílico escenario. Por eso estaba allí. Por eso había acudido a verme. Con voz cansada, me expresó su deseo de trabajar juntos para superar el inmenso sentimiento de fracaso y la inexplicable falta de felicidad que le embargaba.
Consumimos nuestras primeras horas juntos, como casi siempre suele ocurrir en mi trabajo, practicando una completa inmersión en la vida de mi cliente. Una inmersión a través de la cual traté de explicarle, y de hacerle interiorizar, hasta qué punto me resultaba familiar esa sensación que, en su angustiado relato, iba refiriéndome. No era ya el hecho de no sentirse feliz con su vida… se trataba de algo mucho peor: no saber cómo poder ser feliz.
Ángel tenía -esto es mucho más habitual de lo que parece- el convencimiento de que lo poseía todo, aunque en lo más profundo de su ser sentía que, en el fondo, no tenía nada. A todos puede ocurrirnos… a mí, también me ocurrió. Su sensación de vacío, ese nihilismo que se había apoderado de él, era tan desgarrador que he de confesar que me impactó. Mucho más que otros clientes. Y no puede evitar aquellos versos de José Hierro, poeta a veces desgarrador, pero al que recurro con frecuencia por la cruda belleza con la que expresa este tipo de sensaciones y de sentimientos, sobre todo en su ‘Cuaderno de Nueva York’: ‘No queda nada de lo que fue nada. Era ilusión lo que creía todo y que, en definitiva, era la nada. Qué más da que la nada fuera nada, si más nada será, después de todo, después de tanto todo para nada.’
Hoy voy a explicarte cómo he aprendido, primero conmigo mismo y después con mis clientes, a trabajar para alcanzar esa ansiada felicidad. Y en qué forma he conseguido también saber cómo reducir el esfuerzo, la fatiga y el trabajo que, a veces, he tenido que derrochar para ser feliz. Un método que ahora intento transmitir a mis clientes.
La importancia de las ‘acciones mínimas’
Siempre que realizo alguna acción, como comer, entrenar, viajar en tren o en avión, a menudo consigo detenerme y reflexionar sobre mi presencia interior; la escucho, la observo, la siento. De esta forma, me doy cuenta de si me está costando, de si estoy luchando. Si me doy cuenta de que, lo que estoy haciendo, me está suponiendo un gran esfuerzo, me detengo y me doy una pequeña bofetada.
Hay algo más que repito a menudo: estoy presente, completamente concentrado e incluso encantado, realizando lo que yo llamo ‘acciones mínimas’: tomarme un trago, ver una bonita serie, degustar un pedazo de mi chocolate favorito. Cualquier chorrada sin importancia… ¡mínima!
No, no lo hago siempre, pero cuando me doy cuenta de que los pensamientos, o peor, las preocupaciones, los nervios, se están adueñando de mí, intento concentrarme al máximo en lo que estoy haciendo en ese preciso instante. Así, si, por ejemplo, estoy escribiendo, como ahora mismo, lo que trato es de concentrarme en ese pequeño gesto. Observo mi mano, que escribe, y siento mi presencia interior en este acto, totalmente secuestrado y absorto por este gesto. Disfrutando del momento y pensando, feliz, en que lo que estoy escribiendo pueda servir para algo: relajar las preocupaciones de algunos lectores o regalar al alguien algún momento de serenidad. En cierto sentido, en ese preciso instante, lo único que hago es disfrutar de cada palabra, proyectando mis deseos en las emociones que cada lector sentirá después al leer lo que escribo.
Pasar por alto incluso el dolor físico…
Hace pocos años, mientras como un imbécil romántico y loco por la decoración, intentaba encajar una vela en un candelabro demasiado pequeño para tanta cera, me corté de forma tonta la mano derecha. Resultado: una herida considerable y un dedo colgando, lleno de sangre y recogido con una toalla negra. Cogí un taxi lo más rápido que pude que me trasladara al hospital más cercano y, en aquel coche, observando, de repente, a su conductor, guapo y apenado por mi dolor, sentí una inmensa paz. Una tranquilidad y una serenidad que, quizás nunca antes, había experimentado.
Llegué a urgencias y los enfermeros que me atendieron lo hicieron con una sonrisa… y con la satisfacción y la sorpresa de encontrarse con un paciente que no gritaba, ni se quejaba. Un paciente que, sencillamente, les observaba y les sonreía mientras consumía una espera que no se hizo, ni demasiado larga, ni demasiado dura.
Aún hoy no sé si, mi ‘estado de tranquilidad’, sirvió para que la intervención fuera un éxito, pero sí sé que en mi interior la serenidad gana cada vez que me concentro, en el momento, en lo que estoy haciendo, por pequeño que sea el gesto o la acción.
Algunos de vosotros estaréis pensando que soy un sobrado que quiere dar la sensación de ser un ‘Superman’. Todo lo contrario. En realidad siempre he sido bastante cobarde y algo ‘cagón’, pero la realidad es que, desde hace ya tiempo, no tienen para mí apenas importancia las metas o los grandes retos: solo existen las cosas que estoy haciendo con mi yo interior, totalmente sumergido en ellas. Este es el antidepresivo más potente que conozco.
Son las pequeñas cosas las que cambian nuestras vidas y no los grandes acontecimientos. Enferma el que cree que será feliz solo cuando alcance esa meta que ha anhelado toda su vida. Peor aún le va al que se afana y persigue, una tras otra, nuevas metas que llenen su existencia. Se equivoca quien pasa el tiempo quejándose de su circunstancia vital.
Esa tarde de sábado, con mi fea herida llena de sangre, estaba tan concentrado en mi dolor, en mi deseo de recuperar mi bienestar y mi salud, de volver a casa y viajar la semana siguiente a “Cinque terre”, que todo lo malo que podría haber ocurrido pasó a un segundo plano.
Tan solo depende de nosotros
Friedrich Nietzsche afirmaba: ‘El hombre NO es la consecuencia de su propia intención, de su voluntad, de un propósito, con él no se intenta alcanzar un ideal de hombre o un ideal de felicidad o un ideal de moralidad, es absurdo querer que nuestro ser tenga sentido con relación a un propósito. Nosotros hemos inventado el concepto de propósito: en la realidad este concepto NO existe. Si somos necesarios, somos un fragmento de destino, somos parte de un TODO’.
Si nos concentramos en el momento, en las pequeñas acciones cotidianas, podremos aprender a disfrutar del momento y de las ‘acciones mínimas’. Para que Ángel entendiera el significado de mis palabras le enseñé las fotos de un cuadro del gran pintor holandés del siglo XVII, Jan Vermeer, que pinta precisamente esas acciones mínimas: una mujer que borda, alguna que cocina, otra que escribe una carta… Pocos cuadros, pero auténticas obras maestras. Y con algo que las hace únicas, una característica extraordinaria: el artista toma estas acciones mínimas y consigue llenarlas de luz. En eso, nada más y nada menos, consiste su arte.
¿Qué necesidad hay de llenar de luz la escena de una mujer que escribe una carta? Pues Vermeer entendió, mejor que nadie, que hay una luz interior que inunda esas acciones mínimas. Tendemos a llenar nuestra cabeza con cosas importantes que queremos realizar, con proyectos ambiciosos, con éxitos que nos autoimponemos como imprescindibles de conseguir. Como si de todo esto, y solo de ello, dependiera nuestra felicidad… ¿y luego qué? Vermeer considera, en cambio, que la absoluta felicidad está en las acciones mínimas, justo aquellas que a nosotros casi nunca nos importan y por las que pasamos, ciegos, en búsqueda de la nada.
Valoremos lo que tenemos… miremos en nuestro interior
Casi siempre nos esforzamos en encontrar lo que nos falta. Lo buscamos normalmente en una parte del mundo o del espíritu excepto donde estamos. Sin embargo, es justo en el sitio que nos ha tocado vivir donde tenemos nuestro tesoro, es ahí donde debemos buscarlo.
Aquel día de mi accidente con la vela, en aquel hospital, incluso en el dolor, buscaba la serenidad y la tranquilidad, consciente de que mi herida no era grave y no hacía falta molestar a mi pareja, ni a mi hermana, ni a nadie. Solo necesitaba tranquilizarme, incluso con mis gestos, y relajar a los que me rodeaban en ese momento. Nada más.
El camino hacia la felicidad es largo, complicado y sin duda muy personal y único. Para cada uno de nosotros es muy diferente. Pero mientras lo vayamos recorriendo, es importante evitar torturarnos insolubles problemas, buscar consuelo en vulgares libros de autoayuda o en interminables clases de yoga. Basta con saber relajarse y disfrutar del día a día, vivir la vida gota a gota… y solo en ese VIVIR, encontraremos alivio, incluso para los dolores más profundos.
Para liderar con éxito equipos, empresas, partidos, campañas electorales hay que aprender a ser lideres de si mismo y para eso es necesario ser capaces de disfrutar de todas las acciones mínima que llenan nuestra vida.
Euprepio Padula, Presidente Padula&Partners y Experto en Liderazgo